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su longitud. Juan, acostumbrado a caminar sobre la
cuerda, no se intimidó, y despacito, paso a paso,
llegó hasta el nido; se agachó y se lo metió en el
seno. Se trataba de volver hacia atrás para
alcanzar el
tronco del árbol lo mismo que había ido; mas, a
pesar de sus esfuerzos,
no lo consiguió, dada la curvatura de la rama.
Intentó dar un paso atrás, pero resbaló y quedó
suspendido solamente por las manos. Con un nuevo
esfuerzo se agarró también con los pies a la rama
y, de esta manera, trataba de colocarse cara al
suelo, extendiéndose boca abajo sobre la rama;
pero el impulso que hacía, en vez de dejarle fijo
en la rama, le llevaba a girar hacia la parte
opuesta, de modo que volvía siempre a la primera
posición. En esta situación pensaba cómo salir del
apuro, pero no encontraba modo y, lo que es peor,
sentía que le iban faltando fuerzas en los brazos.
Los compañeros, desde abajo, temían por él, le
infundían ánimos con sus gritos y le aconsejaban,
cada cual a su manera, cómo podía bajar. Juan,
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cuando en cuando, echaba una mirada hacia abajo y
la altura le parecía cada vez más espantosa.
Después de haber luchado
durante casi un cuarto de hora, intentó por última
vez, colocarse sobre la rama, pero no lo logró; al
fin, falto de fuerzas, se dejó caer. Su postura
era tal que debía caer de cabeza; pero, ya en el
aire, se echó las manos a los pelos e hizo una
sacudida tal con la cabeza que dió la vuelta y
cayó derecho, pegando en tierra primero con los
pies y, luego, con toda su persona, que rebotó con
gran fuerza. Acudieron asustados los compañeros a
su alrededor, pensando que se habría matado o, por
lo menos, descoyuntado; pero vieron que se sentaba
y le preguntaron ansiosamente si se había hecho
daño.
- Espero que no, respondió Juan.
- Y los pájaros, están muertos? Nos los
repartimos entre todos?
- Están aquí y vivos; y se desabrochó la
chaquetilla. íEstán aquí..., pero me cuestan
mucho!...,íme cuestan demasiado caros!
- Se dirigió hacia casa; mas, después de dar
unos pasos, no pudo seguir caminando. Le dolía el
estómago, le dolían las entrañas; le temblaba todo
el cuerpo. Así que saco los pájaros, se los dio a
sus
compañeros y se despidió de ellos, para que su
madre no pudiera saber lo acaecido. Pero, a cada
instante, sentía ardor, desvanecimiento, y apenas
sí podía caminar. Se topó con su hermano José y le
dijo: - íMe parece que no estoy bien!íMe duele el
estómago! - Por fin, llegó a casa y se echo en
cama. La madre acudió en seguida, le preparó una
manzanilla, le hizo entrar en calor y mandó llamar
al médico. En la primera visita que éste le hizo,
Juan no quiso
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