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cono, entre dos alambres flexibles, había logrado
separarlos un poco, pero luego, pasada la cabeza,
habían vuelto a su posición normal y el pobre
pájaro, chillando por liberarse, se había
estrangulado él solo. ((**It1.115**))
Juan mostró la jaula y el pájaro muerto a su
madre, la cual, como no perdía ocasión para
aleccionar a su hijo, le dijo: -Ya lo ves; el que
abusa de su poder acaba, al fin, vencido por otro
más poderoso que él y no puede disfrutar mucho
tiempo de lo mal adquirido. El hijo del cuclillo
recibió una triste herencia al ser colocado en
nido ajeno; de ahí le vinieron las desventuras.
Siempre acaban miserablemente los hijos que
heredan de sus padres bienes acumulados con el
hurto. Tú puedes bendecir al Señor, porque tu
padre no tenía ni un céntimo que no fuera suyo. Sé
siempre honrado como lo fue tu padre.
Otra vez encontró Juan un nido con una urraca.
La llevó a casa y
quería que su madre se la guisara. -Ni soñarlo,
replicó la madre:
enciérrala en una jaula y diviértete con ella
cuanto quieras. -Así lo
hizo Juan. Creció el pájaro y se divertía con sus
mil muecas y gracias.
Un día entró en casa con un cesto de cerezas y le
dio una. La urraca se la tragó con hueso y todo; a
chillidos, y con el pico abierto, pedía otra. Juan
le dio la segunda y la tercera y, detrás, otra y
otra. El
pájaro estaba hinchado; pero, con todo, apenas
tragaba una, pedía otra. -íToma! -decía Juan
riéndose. A cierto punto, la urraca se quedó con
el pico abierto, dio una mirada lastimera a su
pequeño dueño y ícayó muerta! -íSe ha muerto la
urraca! -dijo Juan a su madre, contándole lo
sucedido. -íYa lo ves, así terminan los glotones!,
sentenció Margarita. íLa gula acorta la vida!
El ansia de los nidos acarreó a Juan tantas
aventuras que sería
menester un grueso volumen para contarlas todas.
Trepaba a los árboles
con la agilidad de un gato, ((**It1.116**)) pero
muchas veces corrió serios peligros y hasta estuvo
a punto de perder la vida en uno de tales
percances. Un día salió, como de costumbre, a
cazar pájaros con unos compañeros. En una vieja,
alta y enorme encina de un bosquecillo próximo a
su casa, había un nido que él ya conocía, pero que
no había querido echarle la mano todavía, por no
estar los polluelos suficientemente crecidos. Por
fin, decidió apoderarse de ellos. Algunos
compañeros intentaron subir, pero ninguno fue
capaz Juan, en un santiamén, estuvo arriba. Pero,
una cosa era subirse al tronco y ver desde allí la
nidada y otra gatear por las ramas hasta el nido.
Este se encontraba precisamente en el extremo de
una rama gruesa y larga, casi paralela al suelo y
que se doblaba hacia abajo a un cuarto de
(**Es1.109**))
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