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con el delantal, fueron astillando el árbol, hasta
dejar libre el brazo
de Juan, el cual no salió del todo ileso de
algunos rasguños. Acabado el trabajo, la buena
Margarita sacó en seguida la moraleja del hecho:
-íAsí quedan presos por la justicia de Dios y de
los hombres quienes quieren apoderarse y llevarse
lo que pertenece a otros!
En otra ocasión, descubrió Juanito un precioso
nido de ruiseñores entre las ramas de una mata de
boj y, de cuando en cuando, a la espera de que los
pajarillos echaran plumas, se colocaba a cierta
distancia, tras un seto, para observar cómo la
madre les llevaba la comida. Aquel nido le
encantaba. Un día, al anochecer, mientras estaba
la madre en el nido, apareció un cuclillo volando
sobre un árbol cercano y, descubierta la presa, se
dejó caer sobre el nido, lo cubrió con sus alas e,
hincando el pico dentro, hizo un estrago horrible
y se comió la hembra y los pajarillos. Luego voló
hasta el árbol cercano para descansar. Juan sintió
mucho haber perdido aquellos pajaritos, que ya
consideraba suyos; pero, al darse cuenta ((**It1.114**)) de la
inmovilidad del cuclillo, sintió curiosidad de
saber qué hacía. Volvió al día siguiente, al
amanecer, con toda precaución; y he aquí que el
cuclillo revoloteó desde donde se había instalado
y, colocándose en el nido que había devastado,
puso un huevo. Pero, pocos momentos más tarde, un
gato que estaba al acecho, tomó carrerilla, saltó
encima y de un zarpazo lo aferró por la cabeza, lo
sacó de allí y lo mató.
-íBien le está! -exclamó Juan, contento de
aquella justicia. Y mientras se detenía para mirar
lo que había en el nido, pudo contemplar
un nuevo y gracioso fenómeno. Un ruiseñor, acaso
el macho del que había muerto, al ver desocupado
el nido, volvió a él y se puso a incubar el huevo
que allí encontró, hasta que salió un pequeño
monstruo que, sin plumas, con ojos de ave rapaz y
con un pico enorme, resultaba horrible. Sin
embargo, el ruiseñor le llevaba comida como si
fuera su propio hijo, y Juan acudía cada día para
disfrutar de la escena. Cuando el cuclillo echó
plumas, lo tomó y lo encerró en una jaula. Durante
algún tiempo fue su diversión. Si le pasaba la
mano por encima como para acariciarlo, permanecía
tranquilo; si, por el contrario, intentaba
agarrarlo, el pájaro chillaba, se movía, iba de un
lado para otro, hacía muecas con el pico, de modo
que resultaba la mar de divertido. Al fin,
distraído por otras ocupaciones, se olvidó de
darle de comer dos días. -Y el cuclillo?
-le preguntó su madre. Juan fue a verlo y lo
encontró muerto. El animalito, intentando salir de
la jaula, había metido la cabeza entre dos
alambres; haciendo fuerza con la punta del pico en
forma de
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