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después de que aquel simplon se presentara, se
acercó al carro y guiñó
al charlatán. Como quiera que fuese, el charlatán
ne se desconcertó y
echando unos polvos en la muela cariada, dijo al
paciente: -íAnimo! Elija usted: quiere que emplee
la espada, el martillo o simplemente los dedos?. -
Naturalmente el otro respondió: -íLos dedos! - El
charlatán se dispuso a operar. Juan, que no perdía
ni uno solo de sus gestos, advirtió que por la
manga dejaba llegar hasta su mano una llave
inglesa, y dio a entender con un gesto que había
descubierto el truco. El charlatán le dirigió una
mirada furibunda y metió los dedos en la boca del
aldeano, La muela salió a duras penas, y un íay!
formidable brotó de aquella boca, apenas pudo
gritar. Aquel alarido quedó sofocado por un
-<<ífantástico!>>- prolongado y, al mismo tiempo,
más potente que el grito. Juan no pudo contener la
risa. El charlatán pareció turbado por un
instante, pero supo conservar su sangre fría. El
campesino se levantó gritando: -íBandido,
mentiroso, impostor! íMe ha asesinado, me ha
deshecho las encías! ((**It1.110**)) Pero su
voz era débil, ya fuera por el dolor, ya fuera por
la sangre que tenía que escupir. Y el charlatán la
cubría repitiendo: -íMagnífico! íSeñores!
íEscuchen lo que dice este caballero! íNo ha
sufrido ningún dolor!
El aldeano, enfurecido, seguía protestando, y
el sacamuelas le tenía agarrado por los brazos,
temiendo que le pegase, y gritaba más fuerte:
-íGracias, gracia! No se moleste: lo he hecho por
caridad.- Y le empujaba para que bajase , a tiempo
que el forastero, que se encontraba junto al
carro, le ayudaba a bajar y tomándole de un brazo
se lo llevó, como si fuera un amigo suyo, y puso
ante sus ojos una moneda de plata para que
callara. Una estruendosa sinfonía sofoco sus
últimas voces, mientras los espectadores, que no
se habían dado cuenta de nada se arremolinaban
para comprar los polvos maravillosos. Juan, el
único que había gozado de la escena por
encontrarse junto al carro, seguía riéndose, pero
no dijo nada a los circustantes. Fue ésta una de
las últimas veces que presenció los
juegos de los charlatanes.
Ya en casa, contó a su madre el gracioso
episodio y el trío que
formaban los gritos del charlatán y del aldeano,
junto al pum, pum, del bombo. También rió la buena
mujer; y le dijo: -Ves? Huye siempre de los sitios
donde se arma mucha bulla; es tonto quien se deja
engañar: le sacan las muelas. Tú sabes por qué
donde se juega y se bebe, suele haber gritos y
cantos? Para arrancar más fácilmente a los
infelices, que se dejan llevar por las malas
compañías, en medio del alboroto, el dinero, el
honor, el aprecio y, sobre todo, la gracia
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